Tras los sucesos de la procesión

Rencor del Mercenario

Artículo de opinión del periodista José Antonio Gómez Marín

Es Valverde (es noticia).- Respuesta del periodista valverdeño tras increpar Rodríguez Donaire a su hija en la procesión del sábado. (leer más)

Me ha costado dar crédito a la escena: un edil de Valverde, ni más ni menos que el que mantiene en pie al alcalde del PSOE con su apoyo, sale de la procesión de la Patrona para insultar gesticulante y teatral a mi hija por el mero hecho de serlo. Me ha costado no porque no yo no espere reacciones míseras como ésa en mercenarios como el aludido Donaire o porque me sorprenda la indiferencia del propio alcalde que, testigo de la escena, ni siquiera tuvo la mínima dignidad de llamar al orden al patán. Del primero espero cualquier cosa (e incluyan en ese “cualquier” cuanto quieran) y del segundo comprendo que se sienta atado de pies y manos ante su providencial rodrigón. Entiendo que una actitud semejante, en cualquier caso, es inadmisible en un régimen de libertades en cuyo marco la autoridad tiene vetada cualquier insolencia contra un ciudadano que su cargo pueda propiciarle. ¿Que cuál es la razón del rencor de ese zote? Pues sencillo: yo no he sido ajeno, en efecto, a la denuncia pública de su traición a IU, del alquiler primero y la posterior venta por su parte de los votos de IU al PSOE, de su complicidad, incluso desde la oposición comunista, en el demostrado abuso laboral del empleo doméstico y de menores en el pueblo (el “caso Wenceslao” que acaso recuerden), de su ojos cerrados ante la denuncia de la existencia de auténticos zulos con puertas falsas en ciertas empresas, de la caótica gestión financiera de un Ayuntamiento gobernado por aficionados y repleto de enchufes familiares y clientelares, o en fin, del festín/mariscada que el irascible, en compañía de otros dos ediles y sus señoras, se zamparon ferias atrás presuntamente con cargo a una factura de “Escayola Antoñito” que –por algo sería-- la mayoría del Pleno impidió siempre investigar a la Oposición. Que el juez archivara la denuncia en cuestión por falta de pruebas bastantes, en modo alguno aclara una acusación que tan fácil hubiera resultado desmontar contablemente a los tragacigalas en caso de ser incierta.



En fin, ya ven cómo andamos. Un pueblo importante en manos de unos caciquillos que se creen inmunes hasta el punto de reaccionar con ira en público e insultar groseramente a la hija de quien no ha hecho otra cosa que ejercer su derecho constitucional a la crítica política y un alcalde que no tiene autoridad ni siquiera para cortar por lo sano semejante disparate. En cuanto a las “dramatis personae” del incidente, no merece la pena extenderse: mi hija –ajena por completo a mis críticas, como es natural—, universitaria brillante, con puesto ganado por oposición y una cultura más que mediana, poco tiene que ver con un ganapán que pasó de llevar el “portamiras” como acólito en una mina, a pavonearse ocioso tras su audaz operación de destruir a la IU valverdeña. A mí sus soflamas (la que me dedicó hace poco en un Pleno fue memorable en su exacerbada memez) me traen al fresco, faltaría más. No tanto las que cobardemente pueda endosar a mi hija. El tal Rodríguez Donaire es más que una vergüenza para el PSOE: es una carga y un descrédito para Valverde. Me dice alguien que no le haga caso porque el incidente en cuestión podría deberse a la embriaguez. Yo no lo creo, o mejor, no quiero creerlo. ¿Un edil clave borracho? Miren, ni tratándose de un miserable semejante puedo aceptar esa razón. Vamos a dejarlo en que es un rencoroso cobarde y en que su alcalde carece del sentido de la dignidad preciso para ponerlo en su sitio. Créanme que ni le correspondo al rencor. Me limito a adjudicarle el más liviano de mis desprecios.
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