Real Román Doblado
Jesús Ramírez Copeiro, nos relata la vida de otro valverdeño emigrado a tierras alemanas, Román Doblado, un paisano con mucho sentido del humor contando sus miles anécdotas y conocido por ser muy del Real Madrid
Es Valverde (es noticia).- El primer día tras despertarme tras una nevada "El campo está blanco y ayer estaba verde. Me contestó, ¿lo habrán pintado?" (leer más)
Texto y Fotos Jesús Ramírez Copeiro
Nació en Valverde el 12 de enero de 1940 y de profesión carpintero. Empezó a trabajar con catorce años en la fábrica de Pepe Franco, en Triana, hasta septiembre de 1960, en que marchó voluntario al arma de aviación en Santiago de la Ribera (Murcia). Me licencié en marzo de 1962 y marché a Madrid para trabajar en mi oficio -afirma Román Doblado- allí conocí a una joven valenciana, Marcela Coscolla, que un año después sería mi esposa.
Hacia Alemania
En 1962 me apunté voluntario para reconstruir Alemania. Nuestro tren salió de la estación del Norte el 25 de noviembre por la tarde, iba lleno, seríamos unos mil hombres y yo llevaba contrato de carpintero por un año. Cada semana salía un nuevo convoy repleto de emigrantes. Viajamos hasta Colonia en trenes especiales, todos de madera. Cada uno de nosotros llevaba colgado al cuello un cartón con un número, el mío era el 75. Llegamos a Colonia el 27 de noviembre y en la estación nos esperaba una suculenta sopa de fideos, la primera vez que comíamos caliente en dos días. Luego tomamos otro tren, un tren normal de viajeros, pero allí nadie hablaba español. Cada vez que paraba el tren teníamos que mostrar nuestro número al que entraba. Conmigo iba otro compañero con el número 74.
En una de las paradas un alemán nos buscó y tiró de ambos números, estábamos a 150 km de Colonia y todo el paisaje era verde. En una furgoneta nos llevaron a la ciudad de Vlotho y allí, en la misma fábrica, nos alojaron en un cuarto que tenían preparado para nosotros.
Todo blanco
A la mañana siguiente nos levantamos en pijama, hacía frío, abrimos la puerta y vimos la escalera de entrada a la fábrica de color blanco. Le dije a mi amigo: El campo está blanco y ayer estaba verde. Me contestó, ¿lo habrán pintado? Voy a ver esa pintura, le contesté. La toqué y casi me congelo. Apenas si podía mover las piernas de frío. Así que volvimos al cuarto, me puse dos pantalones encima del pijama, tres calcetines que no entraban en los zapatos y le dije “me vuelvo a casa”. Agarré la maleta y me fui a buscar el tren para regresar a España.
Anduve 4 km con la maleta arrastras, desde la fábrica hasta el pueblo. Hacía gestos a los viandantes para que me indicaran el camino hacia la estación. Les decía “Piiiii, chucuchuc, chucuchuc”. Pero no entendía lo que me contestaban, iba de una calle a otra y nada. Luego supe que por ese pueblo no pasaban trenes de viajeros, solo de mercancías. Regresé con la maleta a la fábrica.
El compañero, asustado de ver todo pintado de blanco, estuvo dos semanas sin salir de la habitación. Yo hice lo mismo, del cuarto al trabajo y del trabajo al cuarto. Los dueños de la fábrica no sé lo que pensarían de nosotros dos, pero nos llevaban a la habitación comida, pan y toallas.
Papas
Un día de primavera fuimos a una tienda a comprar patatas. Un andaluz nos dijo que había que pedir papas. Bien, pues allá que fuimos los dos a comprar papas. Entramos en la tienda y a una joven dependienta la pedimos un kilo de papas. Como no nos entendía, sacamos la navaja del bolsillo e hicimos el gesto de pelarlas. Después el gesto de echar aceite a una sartén para freírlas y luego comerlas. Tras un buen rato haciendo muecas y recreando sonidos, salió el padre de la chica con un arma pegando tiros. Así que tuvimos que salir de allí corriendo.
Ante tal escándalo intervino la policía y con ayuda de un intérprete se pudo aclarar todo. La chica había pensado que nosotros queríamos matar al padre (papa), guisarlo y comerlo. Unos meses después pasamos por la tienda y vimos un letrero que decía “Se venden papas”.
Lugares de reunión
El lugar de reunión de los españoles era la iglesia. Los domingos nos juntábamos un corro grande en la puerta, íbamos una hora antes de la misa para poder hablar nuestro idioma. Había hombres y mujeres. Las mujeres trabajaban en el servicio doméstico y en las fábricas. Los hombres se ponían de acuerdo para ver quien disponía de una furgoneta o un coche para ir a la estación a recibir a las chicas que llegaban de emigrantes. Iban con sus mejores trajes y corbatas, tratando de conquistarlas y yo era el conductor. La mayoría de las veces los devolvía al pueblo con la cara bien triste: no se habían comido una rosca.
En aquellos tiempos no había otro lugar donde pudiéramos reunirnos. Diez años después, en 1972, se fundó un bar, el “Club Galicia”, creado inicialmente como club de fútbol. Allí es donde vemos ahora los partidos de la selección española y donde enseñan también bailes típicos, como la muñeira y las sevillanas.
Mi familia
Marcela, mi novia, llegó en marzo de 1963 con un contrato para una fábrica que confeccionaba ropa de moda. Al año era ya la maestra de la fábrica. Nos casamos en la iglesia de Vlotho (en esta región son todos católicos), en mayo de 1963. Tuvimos tres hijos, Juan, Robert, pero al nacer Eva, mi esposa murió en el parto. Fue en abril de 1974, una tragedia. Al bebé hubo que dejarlo un tiempo en el hospital y los niños fueron a casa de una familia española. Me casé seis meses después con una gallega, Pilar Muiño. Mis hijos que tenían en ese momento diez años, cinco y unos pocos meses, tuvieron en seguida una segunda madre. Actualmente los tres están casados con alemanes y me han dado cinco nietos.
Varensell, la aldea
Varensell es el lugar donde resido, una de las siete aldeas que tiene la ciudad de Rietberg. En la aldea habitan unas 3.500 personas, en casas individuales. Junto a la iglesia está el cementerio, correos, una panadería y algunas tiendas, no hay que ir a Rietberg para comprar. A lo largo de mi vida he mudado varias veces de trabajo y de vivienda, pero siempre en la misma zona. El salario a mi llegada era de 2,5 marcos la hora (1 marco, 15 pesetas), luego fui cambiando y mejorando. Siempre estuve en fábricas de ebanistería, excepto un año en que fui camionero para llevar cemento a las obras. Me jubilé en el 2003.
Club de Brandy
Junto con tres alemanes fundamos el club de Brandy. Nos reunimos los cuatro en mi casa, un jueves al mes, para beber brandy español: Cardenal Mendoza, Duque de Alba y Luis Felipe, entre otros, desde las ocho de la tarde hasta las once de la noche. Empezamos primero con un vasito de vino tinto español, tomamos una tortilla de patata que hace mi mujer y charlamos. Luego, ponemos el brandy a calentar y lo saboreamos en copas grandes. Nos tomamos tres copas cada uno, nos vaciamos una botella. Esa noche no necesito pastillas para dormir.
Como miembros del club de Brandy fuimos invitados en tres ocasiones por las Bodegas de Jerez y de regreso a casa, llevamos en las maletas brandy para nuestro consumo. Los martes voy al club de tiro y hago allí de camarero. Me apunté también voluntario como guía turístico para enseñar los edificios históricos y el Museo. Para ello pasé un año estudiando Historia y visitando los viejos edificios del antiguo condado de Rietberg, que duró desde 1237 hasta la llegada de Napoleón. Por último hice un examen y felizmente lo aprobé, así que soy guía oficial de turismo los fines de semana, el único español.
Pertenezco también a la Comisión de Festejos de Varensell y desfilamos de uniforme, con chaqueta y corbata de color verde, pantalón y zapatos negros; las fiestas se celebran el último fin de semana de agosto. Me siento un privilegiado en el lugar donde vivo. Además, soy socio del Real Madrid con carnet nº 14.039, un socio antiguo como verás. No volverá a vivir en Valverde ya que sus hijos y nietos están en Alemania, pero viene de visita en verano acompañado de su esposa y de algún nieto. Román tiene aquí dos hermanos, una hermana y sobrinos. Le deseamos mucha salud para que siga con esa actividad arrolladora.
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Nació en Valverde el 12 de enero de 1940 y de profesión carpintero. Empezó a trabajar con catorce años en la fábrica de Pepe Franco, en Triana, hasta septiembre de 1960, en que marchó voluntario al arma de aviación en Santiago de la Ribera (Murcia). Me licencié en marzo de 1962 y marché a Madrid para trabajar en mi oficio -afirma Román Doblado- allí conocí a una joven valenciana, Marcela Coscolla, que un año después sería mi esposa.
Hacia Alemania
En 1962 me apunté voluntario para reconstruir Alemania. Nuestro tren salió de la estación del Norte el 25 de noviembre por la tarde, iba lleno, seríamos unos mil hombres y yo llevaba contrato de carpintero por un año. Cada semana salía un nuevo convoy repleto de emigrantes. Viajamos hasta Colonia en trenes especiales, todos de madera. Cada uno de nosotros llevaba colgado al cuello un cartón con un número, el mío era el 75. Llegamos a Colonia el 27 de noviembre y en la estación nos esperaba una suculenta sopa de fideos, la primera vez que comíamos caliente en dos días. Luego tomamos otro tren, un tren normal de viajeros, pero allí nadie hablaba español. Cada vez que paraba el tren teníamos que mostrar nuestro número al que entraba. Conmigo iba otro compañero con el número 74.
En una de las paradas un alemán nos buscó y tiró de ambos números, estábamos a 150 km de Colonia y todo el paisaje era verde. En una furgoneta nos llevaron a la ciudad de Vlotho y allí, en la misma fábrica, nos alojaron en un cuarto que tenían preparado para nosotros.
Todo blanco
A la mañana siguiente nos levantamos en pijama, hacía frío, abrimos la puerta y vimos la escalera de entrada a la fábrica de color blanco. Le dije a mi amigo: El campo está blanco y ayer estaba verde. Me contestó, ¿lo habrán pintado? Voy a ver esa pintura, le contesté. La toqué y casi me congelo. Apenas si podía mover las piernas de frío. Así que volvimos al cuarto, me puse dos pantalones encima del pijama, tres calcetines que no entraban en los zapatos y le dije “me vuelvo a casa”. Agarré la maleta y me fui a buscar el tren para regresar a España.
Anduve 4 km con la maleta arrastras, desde la fábrica hasta el pueblo. Hacía gestos a los viandantes para que me indicaran el camino hacia la estación. Les decía “Piiiii, chucuchuc, chucuchuc”. Pero no entendía lo que me contestaban, iba de una calle a otra y nada. Luego supe que por ese pueblo no pasaban trenes de viajeros, solo de mercancías. Regresé con la maleta a la fábrica.
El compañero, asustado de ver todo pintado de blanco, estuvo dos semanas sin salir de la habitación. Yo hice lo mismo, del cuarto al trabajo y del trabajo al cuarto. Los dueños de la fábrica no sé lo que pensarían de nosotros dos, pero nos llevaban a la habitación comida, pan y toallas.
Papas
Un día de primavera fuimos a una tienda a comprar patatas. Un andaluz nos dijo que había que pedir papas. Bien, pues allá que fuimos los dos a comprar papas. Entramos en la tienda y a una joven dependienta la pedimos un kilo de papas. Como no nos entendía, sacamos la navaja del bolsillo e hicimos el gesto de pelarlas. Después el gesto de echar aceite a una sartén para freírlas y luego comerlas. Tras un buen rato haciendo muecas y recreando sonidos, salió el padre de la chica con un arma pegando tiros. Así que tuvimos que salir de allí corriendo.
Ante tal escándalo intervino la policía y con ayuda de un intérprete se pudo aclarar todo. La chica había pensado que nosotros queríamos matar al padre (papa), guisarlo y comerlo. Unos meses después pasamos por la tienda y vimos un letrero que decía “Se venden papas”.
Lugares de reunión
El lugar de reunión de los españoles era la iglesia. Los domingos nos juntábamos un corro grande en la puerta, íbamos una hora antes de la misa para poder hablar nuestro idioma. Había hombres y mujeres. Las mujeres trabajaban en el servicio doméstico y en las fábricas. Los hombres se ponían de acuerdo para ver quien disponía de una furgoneta o un coche para ir a la estación a recibir a las chicas que llegaban de emigrantes. Iban con sus mejores trajes y corbatas, tratando de conquistarlas y yo era el conductor. La mayoría de las veces los devolvía al pueblo con la cara bien triste: no se habían comido una rosca.
En aquellos tiempos no había otro lugar donde pudiéramos reunirnos. Diez años después, en 1972, se fundó un bar, el “Club Galicia”, creado inicialmente como club de fútbol. Allí es donde vemos ahora los partidos de la selección española y donde enseñan también bailes típicos, como la muñeira y las sevillanas.
Mi familia
Marcela, mi novia, llegó en marzo de 1963 con un contrato para una fábrica que confeccionaba ropa de moda. Al año era ya la maestra de la fábrica. Nos casamos en la iglesia de Vlotho (en esta región son todos católicos), en mayo de 1963. Tuvimos tres hijos, Juan, Robert, pero al nacer Eva, mi esposa murió en el parto. Fue en abril de 1974, una tragedia. Al bebé hubo que dejarlo un tiempo en el hospital y los niños fueron a casa de una familia española. Me casé seis meses después con una gallega, Pilar Muiño. Mis hijos que tenían en ese momento diez años, cinco y unos pocos meses, tuvieron en seguida una segunda madre. Actualmente los tres están casados con alemanes y me han dado cinco nietos.
Varensell, la aldea
Varensell es el lugar donde resido, una de las siete aldeas que tiene la ciudad de Rietberg. En la aldea habitan unas 3.500 personas, en casas individuales. Junto a la iglesia está el cementerio, correos, una panadería y algunas tiendas, no hay que ir a Rietberg para comprar. A lo largo de mi vida he mudado varias veces de trabajo y de vivienda, pero siempre en la misma zona. El salario a mi llegada era de 2,5 marcos la hora (1 marco, 15 pesetas), luego fui cambiando y mejorando. Siempre estuve en fábricas de ebanistería, excepto un año en que fui camionero para llevar cemento a las obras. Me jubilé en el 2003.
Club de Brandy
Junto con tres alemanes fundamos el club de Brandy. Nos reunimos los cuatro en mi casa, un jueves al mes, para beber brandy español: Cardenal Mendoza, Duque de Alba y Luis Felipe, entre otros, desde las ocho de la tarde hasta las once de la noche. Empezamos primero con un vasito de vino tinto español, tomamos una tortilla de patata que hace mi mujer y charlamos. Luego, ponemos el brandy a calentar y lo saboreamos en copas grandes. Nos tomamos tres copas cada uno, nos vaciamos una botella. Esa noche no necesito pastillas para dormir.
Como miembros del club de Brandy fuimos invitados en tres ocasiones por las Bodegas de Jerez y de regreso a casa, llevamos en las maletas brandy para nuestro consumo. Los martes voy al club de tiro y hago allí de camarero. Me apunté también voluntario como guía turístico para enseñar los edificios históricos y el Museo. Para ello pasé un año estudiando Historia y visitando los viejos edificios del antiguo condado de Rietberg, que duró desde 1237 hasta la llegada de Napoleón. Por último hice un examen y felizmente lo aprobé, así que soy guía oficial de turismo los fines de semana, el único español.
Pertenezco también a la Comisión de Festejos de Varensell y desfilamos de uniforme, con chaqueta y corbata de color verde, pantalón y zapatos negros; las fiestas se celebran el último fin de semana de agosto. Me siento un privilegiado en el lugar donde vivo. Además, soy socio del Real Madrid con carnet nº 14.039, un socio antiguo como verás. No volverá a vivir en Valverde ya que sus hijos y nietos están en Alemania, pero viene de visita en verano acompañado de su esposa y de algún nieto. Román tiene aquí dos hermanos, una hermana y sobrinos. Le deseamos mucha salud para que siga con esa actividad arrolladora.
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